Siempre me han llamado la atención cierto tipo de edificios, esas figuras geométricas tan gigantes e imponentes, que hacen que el ser humano se sienta tan pequeño, pero al mismo tiempo lo incorpora a hacer parte de algo más grande.
La ciudad empieza a ser distópica en el momento en el que el ser se queda atrapado en el laberinto de ventanas y concreto de los edificios, atrapado en la monotonía y en comodidad que se vuelve conformista cuando se olvida que hay más allá de la rutina, de cumplir expectativas, y la existencia empieza a girar en torno a cumplir un ciclo pre-establecido socialmente.

Sus ventanas son como vitrinas que confirman el paisaje y exhiben rutina, acumulaciones masivas de sueños y expectativas, algunas que buscan ser cumplidas y otras simplemente van quedando en el olvido.

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